Sally McNeil sufría ataques en forma frecuente por parte de su pareja. Se defendió de los golpes de su marido, le pegó dos balazos y la condenaron por ser “muy musculosa”.

En la noche de San Valentín de 1995, cerca de las 22 horas el fisicoculturista Ray McNeil terminaba su entrenamiento en la soleada costa oeste de Estados Unidos, en San Diego, California.

Al llegar al hogar es donde comienzan las contradicciones sobre lo que pasó esa noche. Una versión asegura que discutió con su esposa Sally. Y, en algún momento de la noche, la mujer le disparó con una escopeta calibre 12.

Su esposo murió segundos después de recibir dos disparos. Sally lo cubrió con una manta que enseguida se empapó de sangre y llamó al 911 para confesar su crimen.

Las pruebas de orina encontraron que Ray dio positivo en cinco sustancias muy usadas por los fisicoculturistas. Sally también dio positivo. Los principales medios se aferraron a la “ira que producen estos químicos”.

El juicio de Sally comenzó un año después. El fiscal acusó con dureza a la mujer sin tener en cuenta su relato. El funcionario argumentó que la mujer lo mató por el dinero del seguro de vida.

La Justicia estadounidense declaró a Sally McNeil culpable y fue sentenciada a cadena perpetua. Los fiscales consideraron que era “demasiado fuerte para ser golpeada”.

Un estudio realizado por el Vera Institute of Justice encontró que el 77% de las mujeres que están detenidas en las cárceles de EEUU fueron sobrevivientes de la violencia de sus parejas.

En 2022 Netflix estrenó “Killer Sally” un documental de tres capítulos que analiza el sistema legal y los medios estadounidenses que manejaron el caso de McNeil y negaron su condición de víctima por ser fisicoculturista.