Un homicida serial cometía crímenes monstruosos en EEUU y no dejaba pistas. Durante años se había convertido en una de los casos no resueltos del FBI.
Nació el 7 de enero de 1978, en el seno de una familia mormona. Había sido educado en la casa de sus padres,extremistas blancos que despreciaban el sistema educativo tradicional.
En su juventud fue militar y se retiró con cinco premios y otras tantas condecoraciones.
Sus compañeros lo describieron como tranquilo y reservado, pero escondía algo: era un asesino en serie.
Cuando dejó la milicia, Israel cometió toda clase de estafas, hurtos y robos en establecimientos, además de atracos a bancos; pero siempre salía impune.La Policía no lograba atraparlo.
En 2007 se fue a vivir a Alaska. Abrió una empresa de construcción; trabajó como carpintero y encontró, en las obras que le adjudicaban como contratista, una gran excusa para viajar por todo el país.
Empezó con un raid de asesinatos en los que nunca dejaba pistas.
La policía no podía unir los atroces crímenes porque no tenían patrones en común ni había rastros del homicida.
Pero un caso cambió el rumbo de su suerte.Samanta Koening, de 18 años, trabajaba en un kiosco de Anchorage, Alaska. Estaba cerrando el local cuando fue interceptada por el asesino.Todo quedó filmado.
Esas imágenes eran las únicas pistas, pero no conducían a nada.La joven fue llevada a una casa abandonada donde fue violada con brutalidad, asesinada y descuartizada sin dejar rastros.
El asesino en serie nunca imaginó el descuido que lo iba a hacer caer luego de años de impunidad: sacó dinero con la tarjeta de su víctima.
Dos meses después cayó en una playa de estacionamiento de Lufkin, Texas, por usar esa tarjeta que la policía rastreaba desde Nuevo México y Arizona.
Se le atribuyen más de 15 homicidios a sangre fría.Los psicólogos forenses lo describieron como “una especie de adicto al asesinato”. Fue condenado y el 2 de diciembre de 2012 se suicidó en su celda.