Henry Lee Lucas fue un reconocido asesino serial. Si bien confesó 197 crímenes, de a poco, aumentó el número de muertes hasta declarar más de 600.

Nació en 1936, en EEUU.  Tuvo una infancia dura con una madre violenta y un padre alcohólico.  Se crió en un hogar repleto de abusos, crueldad y humillación.

En 1950 falleció su padre en circunstancias extrañas. Tras su muerte, Henry abandonó la casa e inició una carrera delictiva que lo llevó a la cárcel.

Luego de cumplir una condena por robos, salió en libertad y asesinó a su madre. Fue sentenciado a 5 años.  En 1983, volvió a la cárcel y allí confesó un sinfín de asesinatos.

Según sus propias palabras, se cobró la vida de hombres, mujeres y niños durante 8 años en todos los estados del país. Había empezado a matar en 1975 y continuó hasta 1983.

Todas las mañanas, el sheriff Jim Boutwell trasladaba al prisionero desde su celda hasta la oficina donde admitía uno a uno los crímenes que no habían sido resueltos.

Las confesiones de Lucas significaban un alivio para todos: los policías resolvían los casos, los familiares de las víctimas cerraban un capítulo doloroso y los medios mantenían al público atrapado.

Nadie ponía en tela de juicio sus palabras, hasta que en la década de los ‘80, Hugh Aynesworth,  un prestigioso cronista de policiales, investigó por su cuenta todos los crímenes y entrevistó a Lucas.

Fue lo que Lucas le confesó al periodista.

A Aynesworth había muchas cosas que no le cerraban, por ejemplo, asesinatos a miles de kilómetros con una diferencia de 24 horas.

Cuanto más buscaba el periodista, más incongruencias encontraba. Por esta razón, dos detectives idearon una maniobra: le dieron al sheriff el archivo de un caso totalmente inventado.

Así quedó en evidencia el modus operandi: le daban a Lucas los archivos para que los leyera y le mostraban las fotos para que reconozca los lugares.  Por eso, sus confesiones resultaban creíbles.

Lucas hacía todo eso por complacer al sheriff manteniendo una vida cómoda en prisión y muy superior a la que tendría en la cárcel estatal. “Dije todo lo que me hacían decir”, declaró ante el jurado.

Fue declarado culpable de once asesinatos y murió en la cárcel el 12 de marzo de 2001 por una insuficiencia cardíaca.

Finalmente, se pudieron identificar a otros 20 asesinos.