El cuarto hijo de Isabel no gozó del favoritismo que tuvo Andrés ni Carlos. Eduardo de Wessex, fue ignorado por la reina y se convirtió en uno de los favoritos de los británicos.

Eduardo, de 59 años, es un príncipe discreto que transitó pocas turbulencias y que creció sintiéndose “solo y desplazado”. Pese a algún desliz, es uno de los miembros de la corona más respetados.

El cuarto hijo de la reina nació el 10 de marzo de 1964 y creció sintiendo que no tenía un lugar en la familia. Con su hermano mayor, Carlos, lo separan 16 años y sólo compartieron juntos los veranos de su infancia.

Eduardo, como su padre y sus hermanos mayores, también asistió a la rígida escuela Gordonstoun en Escocia. Al igual que el primogénito, también fue víctima de acoso escolar.

Al terminar la escuela pasó un año sabático en Nueva Zelanda. Al volver estudió Historia y recibió un título universitario. En 1993 formó Ardent Productions y produjo documentales sobre el tema que era experto: la realeza.

A los 23 años conoció a Sophie Rhys Jones. El noviazgo no fue del beneplácito de la familia real porque la candidata no era ni aristócrata ni millonaria. Su madre era secretaria y su padre trabajaba en una empresa de neumáticos.

Aunque para los Windsor, Sophie no parecía la “indicada”, para Eduardo era la mujer amada. El 19 de junio de 1999 se casaron en la capilla San Jorge del Castillo de Windsor.

Eduardo se manejó siempre con discreción incluso cuando el dolor lo atravesó. Cuando nació, Louise, su hija mayor, se supo que el matrimonio había atravesado por 13 abortos hasta lograr que un embarazo llegara a término.

La situación era tan desesperante que la misma reina rompió todos los protocolos y fue a verlos a la clínica. Desde ese momento Louise se transformó en su nieta favorita. Con ella hizo todo lo que no hizo con su hijo.

Solo en 2018, Eduardo cumplió con 463 compromisos protocolares más que la suma de los protagonizados por Guillermo y Harry. Sophie participó en 238 y preside 70 organizaciones benéficas.

Sus hijos, Lady Louise Mountbatten-Windsor y el vizconde James, llevan una vida sin privilegios. Eduardo contó que siempre fueron a escuelas comunes y a las casas de sus amigos a pijamadas y cumpleaños.