A 30 años de la masacre, verdades y mentiras del día en que Ricardo Barreda mató a su esposa Gladys, a su suegra Elena y a sus hijas Adriana y Cecilia, en la casa de La Plata, en Buenos Aires, Argentina.

Un domingo de reunión familiar, el odontólogo disparó su escopeta con la decisión irreversible de un cazador frío y profesional. “Me humillaban y querían eliminarme: eran ellas o yo”, declaró.

Sin media palabra, Barreda las mató una por una. Luego se sentó en el sillón, abrazado al arma. Se había quedado solo, con cuatro cadáveres que yacían en el suelo.

Ese día no fue el odio repentino sino la ejecución de un plan. Había practicado tiro, hecho un curso de criminología, a una de sus amantes le había dicho que “iba a matarlas” y no sufrió “emoción violenta”.

Después del hecho, fue a ver jirafas y elefantes al zoológico porque dijo que eso lo relajaba y tuvo sexo con su amante. Ella no notó nada raro. Barreda actuaba como un hombre aliviado.

“Hay momentos, días, o quizá meses, en los que me olvido (...) Me felicitan muchas personas. Y no me gusta, porque yo hice algo malo, no inventé una vacuna contra el dolor de muelas”, afirmó.

Barreda fue detenido por el cuádruple asesinato, pero siempre respondió más como víctima que como victimario. El asesino supo instalar como verdad un hecho que resultó incomprobable.

“Estallé porque no paraban de decirme Conchita” Él decía que las mujeres de su familia lo maltrataban y lo hacían sentir como un estorbo, aunque no hay testimonios al respecto.

Barreda murió el  25 de mayo de 2020, a los 84 años, en un geriátrico. Con él se llevó todas las preguntas sin respuesta de lo que ocurrió aquel domingo en esa vieja casona.

Hasta poco antes de su muerte, deseaba volver a la casa donde mató a su familia. Decía que extrañaba su Ford Falcon y no descartaba reabrir su consultorio.